La belleza que deja el dolor
El otro día me topé con un poema precioso que alguien compartía como si fuera de Hemingway. Me sorprendió, porque aunque Hemingway también vivió con trastorno bipolar, no me sonaba a él. Y efectivamente, no lo era.
Pero lo comparto igual. Porque me tocó.
Porque habla de algo que he leído, escuchado y vivido muchas veces:
la transformación que puede venir después del dolor.
No siempre, no para todos, pero a veces… atravesar una enfermedad mental te cambia la forma de estar en el mundo.
A veces te vuelve más presente, más empática, más capaz de ver y escuchar de verdad.
Porque sabes lo que es estar al otro lado.
Y no quieres que nadie más se sienta tan solo.
“ Las personas más hermosas
que encontramos en la vida,
son a menudo aquellas,
que han caminado a través del fuego.
Y si alguna vez has conocido a alguien así,
alguien cuya presencia se siente como calor
en un día frío,
sabes exactamente a que me refiero.
Estas personas se han enfrentado
al tipo de dolor que reforma a una persona
desde dentro hacia fuera.
Han conocido la pérdida tan profunda
que los dejó sin aliento,
soportaron dificultades que ponían a prueba
cada pizca de su fuerza,
y caminaron a través de noches tan oscuras
que no estaban seguros de si
volverían a ver el amanecer.
Pero lo hicieron.
Y al hacerlo, surgieron con una especie de belleza
que no se puede imitar,
porque no se trata de apariencia,
sino de esencia.
La verdadera belleza se encuentra
en la silenciosa fuerza de alguien que ha sido roto
pero se niega a seguir siendo así.
Está en la suavidad de un corazón
que tiene todas las razones para ser protegido
pero aún así elige amar.
Está en la forma en que escuchan,
no sólo para responder,
sino para entender.
Porque ellos sí entienden.
Han sabido lo que es sentirse invisible,
inaudito y deshecho.
Y por eso, nunca quieren que nadie más sienta lo mismo.
Estas personas no irradian luz porque la vida ha sido fácil para ellos.
Brillan porque han pasado por la oscuridad
y han aprendido a llevar el fuego dentro.
Este tipo de belleza es raro.
No se puede comprar, forzar o falsificar.
Se gana, se gana con esfuerzo
y absolutamente no tiene precio.
Así que si alguna vez conoces a alguien así,
mantenlo cerca.
Su luz no es aquella quema solo para sí mismos,
es una luz que existe para ayudar a guiar a otros a casa “
Ese tipo de belleza de la que habla el poema... yo también la he visto.
La he visto en otras personas, sí. Pero sobre todo, la he empezado a reconocer en mí.
No como algo terminado, sino como un proceso.
Me recordó a algo que mencioné en otro post: mi renacer.
A lo mejor me notarás más filosófica de lo habitual, pero es donde estoy ahora.
Hace poco, en un taller de la Asociación Bipolar de Madrid, hablamos de los valores.
De cómo vivir de espaldas a nuestros valores desajusta.
De cómo volver a ellos puede estabilizarnos por dentro.
Para mí, esta enfermedad fue una llamada. Un “vuelve a ti”.
A lo esencial. A lo que siempre fui pero a veces olvidé.
Durante años, en contextos profesionales e incluso personales, me tocó representar, fingir, actuar en espacios que no iban conmigo.
Y eso ya no lo permito más.
No pongo mi equilibrio al servicio de los valores de nadie.
Dejé una carrera de diez años por eso. Y no me pesa. Ni un segundo.
Todavía no he logrado reconducir del todo mi vida económica.
Pero estoy construyendo algo. Algo que se sostiene en mis valores.
Y eso, lo sé, terminará floreciendo.
Este poema también me hizo pensar:
¿Qué pasaría si dejáramos de ver la bipolaridad solo como una carga o una etiqueta?
¿Qué pasaría si nos permitiéramos mirar también lo que nos ha traído?
No para negarlo todo.
Sino para abrir espacio a lo que también hay.
A mí me ha enseñado a parar.
A escuchar distinto.
A poner límites.
A dejar de demostrar.
A soltar patrones que no me servían.
A acercarme, por fin, a mi propósito.
Siento gratitud, lo repito mucho pero creo aún así que no lo digo lo suficiente.
Y sí, me he roto. Pero también me he reconstruido.
Y lo que estoy volviendo a ser… eso sí que no tiene precio.